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Quizás Iván Redondo fue al programa de Jordi Évole para desmitificarse a sí mismo. Quería quitarse el halo de Rasputín del sanchismo y se presentó como un señor de Donosti que había vivido el sueño monclovita de su vida y que se fue de la vera del presidente cuándo y cómo quiso.
Quizás consiguió su objetivo, pero quizás lo logró a un precio demasiado alto. Redondo, cuyas cualidades y habilidades son indiscutibles, quiso cambiar el relato de su defenestración por el de la retirada de los que, como él, saben cuándo hay que parar, pero erró en el intento. Pero en la entrevista lo que vimos fue a un consultor pagado de sí mismo que exhibía argumentos casi adolescentes y preñados de lagunas, incoherencias y contradicciones.
El rey de los relatos por encargo se mostró en La Sexta TV como alguien incapaz de crearse un relato para sí mismo. Un profesional despojado de aura que entiende la política como un show business en el que todo vale, incluyendo en ese “todo vale” largarse un discurso sobre el orgullo de país de haber participado en el rescate de inmigrantes del Aquarius a la misma vez que confesaba ser el autor intelectual y material del vídeo racista y xenófobo que ayudó al popular Albiol a ganar el ayuntamiento de Badalona.

Vista la entrevista, lo que uno se pregunta no es si Redondo logró o no logró su objetivo, sino cuándo se arrepintió de aceptar lo de Évole, si lo hizo cuando respondía a las preguntas del periodista, cuando vio la emisión o cuando leyó los tuits que le convirtieron en rey de la noche tuitera dominical.
Con entrevistas así, Redondo pasa de pantalla, pero rompe reglas no escritas de la asesoría como la que sostiene que un consultor nunca es noticia y nunca es más importante que el político o política al que asesora. Y también demuestra que en casa del herrero, cuchillo de palo. ¿O es que nadie le ha dicho que a veces es mejor guardar silencio para que nadie se dé cuenta de tus defectos y debilidades? Lo de Évole fue como si Iván Redondo hubiese caído en una trampa de Iván Redondo. Y eso, hay que reconocerlo, no lo vimos venir.