Blas Cantó se sube este 22 de mayo al escenario del pabellón Ahoy de Rotterdam para defender ‘Voy a quedarme’, tema que representa a España en Eurovisión este año. Y, llegado este momento, surge la recurrente pregunta. ¿Debe seguir participando España en Eurovisión? La contestación a esta pregunta es una u otra dependiendo de si atendemos a razones económicas o simplemente sensaciones, donde impera la subjetividad. Mosquea el comprobar sistemáticamente cómo los países -año tras año- se votan entre sí por afinidades culturales. ¿Y políticas? Se produce un milagro la noche en que un país nórdico vota a nuestro representante o cuando Estonia no otorga ni un solo punto a Letonia o Bielorrusia, aunque hayan presentado alguna bazofia musical. Año tras año el gran José María Iñigo lo dejaba entrever segundos antes de que votase un país.
También es cierto que el ganador normalmente obtiene puntuaciones de la mayoría de los países participantes. En el 2012 a Suecia la votaron todos excepto Italia, al año siguiente Dinamarca obtuvo votos de de todos excepto un participante o Austria consiguió trece máximas puntuaciones en 2014.
Tesis universitarias
Hasta tesis se han elaborado al respecto. Un estudio de la Universidad Hebrea de Jerusalén apunta que existen al menos tres bloques cuyos países se votan entre sí: el nórdico, el de Europa del Este y el mediterráneo. El estudio confirma que sí hay patrones y una relación en el televoto entre países donde han emigrado sus ciudadanos. Esto último parece ser que constituye un factor histórico lingüístico, migratorio o de proximidad cultural y no político.
Para que exista factor político debe haber una discriminación o prejuicio en todas las ediciones. Y analizando la historia del concurso no se han dado, a excepción de Armenia y Azerbaiyán que nunca se han votado entre ellos.
¿Qué deberíamos hacer si atendemos a razones económicas?
En el 2015, ya sólo por inscribir a Edurne para poder concursar y quedar en el puesto 21 RTVE tuvo que pagar 356.000 euros a la Unión Europea de Radiodifusión que es quien posee los derechos de emisión. Lógicamente hay que sumar a este canon los viajes, dietas, sueldos de la delegación, vestuario, escenografía y demás gastos en los que incurrió la delegación española y que ascendieron a 44.000 euros.
Algo parecido nos costó, en el 2016, con Barei y su baile de pies para quedar en el puesto 22 de 26 participantes. Pero es que no hay que olvidar que España, junto a Alemania, Francia, Italia y Reino Unido es uno de los países que más dinero invierte en el festival para garantizarse el pase directo a la final. El dinero consigue siempre que al menos estemos la noche del sábado y algunos de nuestros representantes no hayan quedado eliminados la semana previa.
Conocidos los gastos y atendiendo a razones económicas el negocio por asistir es rentable, el más rentable de RTVE.
¿Y atendiendo a razones de audiencia?
La audiencia, por ejemplo, en el 2015 alcanzó un 39,3 % de cuota con una espectacular audiencia de 5.958.000 espectadores. Eurovisión también barrió en España en 2018, cuando los enamorados con fecha de caducidad Amaia y Alfred consiguieron el récord de la última década con casi 7,2 millones de telespectadores y un 43,5 % de share. En el último festival, el celebrado en 2019, la actuación de Miki fue seguida por 5,4 millones de españoles, con una cuota de pantalla del 36,7%. Sin embargo en la edición de 2016 fue la menos vista en nueve años con 4,3 millones de espectadores y un share del 29,8%. Hay que destacar la audiencia conseguida por Pastora Soler en el 2012, que reunió a 6.542.000 espectadores alcanzando un increíble 43,5% de cuota de audiencia. O el 2017, donde Ruth Lorenzo consiguió el 35,2 % representando a 5.141.000 almas animándola.
Atendiendo a los aproximadamente 400.000 euros que cuesta acudir y a las audiencias conseguidas año tras año, cada punto de audiencia nos cuesta entre 9.000-15.000 euros de dinero público. Es importante resaltar que por el mismo gasto hay un beneficio extra de lo que producen las emisiones de las dos semifinales en La 2. Una cantidad muy inferior en comparación con lo que cuesta un partido de la selección española que ronda los 65.000 euros el coste de cada punto de audiencia. En definitiva, algunos afirmarán que el opio del pueblo sí que nos sale caro.
Factor de cohesión
Al igual que no considero, como muchos apuntan, que se promocione la cultura de nuestro país, sí que es un magnífico factor de cohesión como lo es la selección o las campanadas de fin de año, o al menos, así lo relató la canción (‘entre gritos y pitos los españolitos, enormes, bajitos, hacemos por una vez algo a la vez’).
Apostemos por la música y Eurovisión. No cabe duda que nos une aunque otros intenten separarnos. Vuelvan a reunirse en familia o con amigos y apoyar al nuestro. Aunque no debemos perder la esperanza, no esperen nada.
Para terminar una recomendación: no se olviden de disfrutar de Eurovisión acompañados por los ingeniosos comentarios de Twitter. Les aseguro que alcanzarán grandes cuotas de carcajadas.