El año pasado este cronista escribía que no debía importar si a uno le invitaban, a una gala o ceremonia, al palco, a la platea uno o a la platea dos. Lo importante era estar y poder disfrutar de la gala. Un año después, este cronista sigue pensando lo mismo. No soy como Groucho que cambiaba los principios.
Decía un abuelo que, al envejecer y ser más sabios, lentamente, nos damos cuenta de que un reloj de 300 euros marca la misma hora que uno de 30. Ese mismo abuelo contaba que la soledad es la misma en una casa de 30 metros cuadrados que en una de 300 y que se viaja parecido en primera clase que en turista. ¿Cuántos dejarían de viajar en primera si se lo pagasen ellos?
La felicidad no la proporcionan las cosas materiales, ni las plateas. A algunos nos educaron a no ser ricos y a valorar las cosas y no el precio de estas. Tener amigos y hermanos con quienes hablar, reír o comer es la verdadera felicidad. Y no el rencor, que no te deja disfrutar de todo esto. Piénsenlo.