Es lo que nos quedaba por ver, el Rey Felipe, ejemplo de modales y comportamientos, abandonado al populismo de querer mostrarse para lo que no está llamado. Es como si Ferrán Adriá fuera a cocinar con un camping gas, el Papa ejerciera de cura de pueblo o a Julio Iglesias se le llevara a un karaoke. No están para eso. Al igual que el monarca no está para dar un solo de cajón jaleado por el respetable. Las cosas solo pueden ser para lo que están pensadas.
No me vale que si el Rey sabe o no tocar el cajón flamenco. Que si tiene ritmo y cierta maña o no. No puede ser que demos por buenos gestos que no valen para nada. Eso no acerca al Rey a su pueblo. Ni mucho menos. Lo delata la mirada de una Reina que lo decía todo a tenor de la sorpresa que le causó una salida de guion no prevista. Un Rey no tiene que ser popular. Debe ser reconocible en los gestos, discreto en las formas y eficaz cuando se le requiere.
Conviene recordar a los asesores que merodean por la Casa Real, que el Rey Felipe no concurre a ninguna elección (afortunadamente, añado). El monarca tiene un papel muy descrito y no es muy estético colocarlo ayer a la cabeza de lo que parecía más un improvisado flashsmod. Una “gracieta gaditana” para asegurarse portadas en los periódicos y presencia en todas las televisiones a ritmo de cumbia. Mal vamos si las presencias en medios del monarca deben ser forzadas con estos deslices.
Asociar el término “Campechano” al Rey de España debió acabarse con la abdicación de su padre, el Rey Juan Carlos. Vamos, que en ningún caso se trata de una condición o título hereditario. A un rey, al nuestro, más en concreto, no se le deben permitir ocurrencias. Ese no es su guion. Y lo saben. ¡Vaya semana llevamos! Revilla canta jotas, o casi, en un hospital de Asturias y el Rey toca el cajón flamenco. Como decía El Quijote, “cosas veredes querido Sancho”.
