A la publicada serie de recomendaciones literarias a modo de resumen editorial del 2021, podemos añadirle «Los colores del tiempo». Sin duda, unos de los libros del año que hace alusión a la ceguera en cuestiones claves de la memoria histórica; el papel olvidado, la gran mayoría de forma consciente, de las mujeres en los conflictos y, sobre todo, sus consecuencias para sus libertades y derechos en tiempos de paz. Una novela como homenaje a la literatura rosa anarquista, con una mirada también al periodismo desde el ‘bando’ de los perdedores tras la Guerra Civil. Ana Alonso completa un trabajo redondo, con espíritu conciliador con las emociones de las dos Españas y con un estilo que te atrapa de principio a fin.
¿Por qué has querido hacer esta novela?
La novela es la confluencia de dos ideas que cristalizaron durante el confinamiento. Hacia tiempo que me rondaba la idea de escribir sobre la literatura rosa anarquista, y también durante este período en casa he tenido la oportunidad de vivir íntimamente en la distancia con mi madre, con un 10% de visión y con el 100% de angustia. Para aligerarle ese sufrimiento se me ocurrió preparar entrevistas muy detalladas de todo lo que ella había vivido en su infancia. Le preguntaba por detalles muy sensoriales, de cómo olía en el quisoco de la Mari o las luces al anochecer. Surgieron recuerdos y detalles que nunca había compartido, y con la riqueza de sus comentarios vino sola la novela a mis manos.
Un homenaje a las mujeres que perdieron la guerra en un mundo solo y exclusivamente de hombres …
Habían pasado de conseguir conquistas sociales increíbles, de una gran modernidad que mejoraron incluso la vida de los hombres; un salto de libertad que se vio truncado con el régimen franquista. Pasaron de poder expresarte como eres a tener que adaptarte a unas condiciones de represión y falta de perspectivas. Y efectivamente hay un homenaje a estas mujeres que fueron millones, que no compartían los ideales del régimen y que no se fueron a ninguna parte; vivieron en la España de la posguerra y ayudaron a que poco a poco se fuera transformando en otra cosa. No olvidemos que mucha gente no renunció a ese espacio personal de libertad y autenticidad a pesar de vivir en condiciones tan duras.
El retrato de la guerra siempre se ha escrito en masculino, una amnesia histérica de la memoria …
El tema de la ceguera es un hilo conductor en la novela y es simbólico. Nos hemos negado a mirar de frente, o de forma sesgada, esas heridas de la posguerra y siguen ahí. Y por el hecho de no mirarlas no van a desaparecer sino al contrario. He intentado poner una escucha amorosa, incluso con los personajes más alejados de mi en lo ideológico, que es lo mejor que puede aportar un escritor a los personajes para entrar entablar un diálogo honesto con un hecho tan traumático como fue para nuestro país la guerra civil, la posguerra.
Y además buscas hacerlo de una manera empática, buscando esa verdad en la que cada uno actúa en nombre del bien común …
Es una de las claves para leer la novela. Carmen (protagonista de la novela) lo advierte cuando nos dice que “ninguna causa es mejor que las personas que la defienden”, el fin justifica los medios no deja de ser una manera mala de vivir. Al final quedan las personas y no se pude simplificar, clasificar a las personas, por bandos o ideas; había mucha complejidad y sufrimiento en todas partes, tanto vendedores como perdedores. Hay una enorme herida y un trauma histórico que todavía no hemos cerrado. Pero a la vez pones a los personajes en su propio espejo, haciéndoles ver que sus acciones personales tienen consecuencias globales …
Soy muy organizada con los argumentos y planteamientos de mis novelas. Pero esta disciplina la he roto con “Los colores del tiempo”. He decidido escuchar a los personajes más que más que proyectar mi forma de ver al mundo. De hecho, el final no es el que yo quería sino aquel donde la vida propia de la historia me llevó. Quise hacer el ejercicio de poner delante frente al espejo al personaje para empezar por perdonarte a sí mismo, y para eso te tienes que ver lo que forma parte de tu pasado pero ya no es tu presente. Y es algo muy difícil tanto para los protagonistas de la trama como para el autor. Acabas sufriendo mucho.
La lectura de la novela me lleva a metáforas sugerentes con la actualidad, el confinamiento y los makis, los hospitales de campaña … ¿Había esa intención?
Ha estado muy enlazado por el momento en que se escribe. Y aunque sea en circunstancias muy diferentes sí que tienen en común la excepcionalidad y el verte despojado de tu vida habitual. Aunque son situaciones muy distintas, que no se pueden comparar, pero haces el ejercicio de ponerte en el lugar de aquellas personas, el nivel de carencia al que se llegó. Aquí nos pusimos nerviosos porque uno o dos días hubo algunas estanterías vacías, cuando en España se vivía el racionamiento. Mi madre de pequeña no se creía que en países europeos la gente entraba a comprar en la tiendas, decía que aquí eso sería imposible, las saquearían. Hay paralelismos en la novela pero hay que poner en perspectiva la dureza de ese momento.
No es una puta casualidad que esa palabra malsonante cambie el curso de la historia de la novela
No es una puta casualidad. A veces se ridiculiza lo que ha sido la lucha feminista pero hay que reivindicar el mejor feminismo del que somos herederos todos, hombres y mujeres, que nos permite vivir las relaciones como ahora, mucho más enriquecedoras. Lo traigo a colación porque se tiende también a simplificar. En este sentido todo el mundo cree que en aquella época el feminismo era de izquierdas, y la propia Ministra Federica Montseny, anarquista, tiene escritos durísimos sobre cómo era tratada por sus hombres compañeros, tenía que estar reivindicándose dentro de la propia militancia. Había que rescatar esa lucha feminista de ese momento. El machismo sigue latente, en el propio lenguaje y no hay que dramatizar pero hay que ser consciente para cambiarlo.