No escarmentamos. Fiel a su cita con el calendario, la irrupción en la pequeña pantalla de una nueva edición del festival de Eurovisión acarrea una nueva polémica a su paso. Cada año es lo mismo. La elección del representante de España viene rodeada por un gran “ruido mediático”, natural o forzado por las audiencias y por los datos de share. Total, que llevamos una semana dándole vueltas al asunto de marras sin solución de continuidad.
Este sistema de elegir al representante por votación y con las cámaras de la televisión paseándose por Benidorm es la puerta abierta a la crítica. Hacemos banderías con el primer, el segundo y el tercer clasificado. No faltan argumentos para afirmar que la decisión es equivocada. Que si “el otro” era mejor, nos representaría con más garantías y, sin duda, como nuevo ganador, les esperaría un futuro esplendoroso.
Pero la reflexión debe llegar y no sólo de entre los fans de Eurovisión (que ahora afloran a miles). El análisis va mucho más allá. Convertido, tras decenas de años de vida, en un fenómeno televisivo de nuevo formato, me pregunto para qué vale tanto esfuerzo. Es más, para qué sirve acudir a un concurso que siempre, cuando concluyen las votaciones, nos parece amañado. Prueba evidente es reconocer que en la pasada edición el premio gordo se iría para Ucrania sin ningún género de duda. Incluso antes de celebrarse el festival.
Hemos llevado de todo a Eurovisión. Cantantes de prestigio, jóvenes promesas con una gran proyección, comediantes aupados por cadenas de televisión, transgresores, melódicos, baladistas, flamencos…y así hasta el infinito. Pero reconózcanme que no damos con el chiste. Nuestra participación se cuenta por fracasos en el mayor número de ediciones. Ni Rosa, “la Rosa de España”, logró vencer llevando a Bisbal, Chenoa y Bustamante de coristas. Casi nada.
De la pasta que nos cuesta esta juerga mejor ni hablamos. Lo pagamos entre todos, entre los partidarios y los detractores, contra los presupuestos anuales del ente RTVE. Esas dos semanas en el lugar de celebración nos cuestan un riñón. Demasiado esfuerzo para depender al final de una votación casi agónica y de un soniquete que ya tenemos interiorizado. “Spain, one point”. A esta nos presentamos a ritmo de faralaes. Nos va a caer la del pulpo.