Con el fallecimiento de José María Carrascal a los 92 años se va un estilo propio de entender el periodismo. Lo concebía como un magisterio para sus oyentes, lectores o telespectadores. Como un bien que debería hacerse extensivo para ayudar a entender el complejo mundo del día a día. Todo ello con una generosidad que le convirtió en referencia para la profesión y para muchos de los jóvenes periodistas que vieron en sus modos y maneras un estilo no académico.
Fue en los años 90 el primero que se permitió meter pinceladas de opinión en medio del relato informativo. Su estilo directo, su voz cadenciosa y saltarina, le hacían presentarse como un periodista que entraba desde la televisión en los hogares de los españoles para contar una historia. Todo en él era diferente, hasta sus gestos.
Su estancia en la corresponsalía de Estados Unidos, vivir y narrar la caída de Nixon, y contagiarse de la cultura del “gigante americano” le hizo presentarse en España como un presentador showman. Y no lo fue. Contribuyó a ello el que saliera cada noche con una corbata más llamativa y siempre diferente a la del día anterior. Ese detalle, lo convirtió en referencia popular. Pero la gracia estaba en lo que decía y no en la corbata.
Profesionalmente, José María Carrascal fue mucho más. Un gran escritor, excelente narrador de historias y opinador contumaz e incisivo cuando era necesario. Con un toque anglosajón en sus juicios que lo hacía ser distinguido entre la mediocridad de tanto busto parlante. Le apasionaba hablar de periodismo en toda la extensión de la palabra. Fue el periodista que soñó ser.
Su generosidad le llevaba a ruborizarse cuando se le planteaba hablar de honorarios para dar una conferencia. Nunca las cobró. Creía que en el ejercicio profesional estaba implícito el hacer extensiva la cultura periodística en cualquier foro. Almorzando con él en Madrid un día en el ABC Serrano me confirmó que sin periodismo la democracia siempre estaría en deuda con los españoles. Concebía la profesión como un servicio al país y a quienes lo habitaban. A esos mismos que le esperaban cada noche para ver su relato y claro, para criticar su corbata. Descansa en paz José María, un hombre agradecido a su tiempo.