En 2022 no quiero ser feliz. Renuncio. En su lugar, he decidido ser alegre.
La felicidad se antoja un concepto demasiado inalcanzable, se me hace bola cuando intento morderle un bocado. Me da el flato si corro detrás de ella. La felicidad es utopía.
Demasiada taza Mr Wonderful en las cocinas, demasiado Küppers de dios colándose en los muros sociales. Demasiados coaches sanándote las heridas, demasiado experto apagando volcanes, analizando curvas.
Hay una burbuja de felicidad en los mercados, la cotización está inflada sin datos objetivos que la sustenten. Existe una alta inflación de felicidad en el timeline de la cuenta de Instagram que está minusvalorando los ahorros de frustración de toda una vida.
En definitiva, la felicidad está sobrevalorada
La felicidad provoca las mismas sensaciones que el Celta. Empezamos temporada con la vista puesta en Europa y acabamos salvándonos en el último partido con gol de Aspas de penalti injusto.
Hemos querido ser felices por encima de nuestras posibilidades y lo que hemos conseguido es llenar las consultas de los psicólogos. La felicidad estuvo a punto de convertirme en un becario triste.»
Por eso no quiero SER feliz. En su lugar, prefiero ESTAR alegre. Lo he decidido. Mi primer propósito del 2022. No tengo que dejar de fumar, retomé el gimnasio hace un par de meses, he hecho tres cursos en las últimas semanas, me cito regularmente con mi terapeuta y viajo siempre que acierto en el tetris de hacer coincidir saldo de la cuenta con días de vacaciones.
Así que estar alegre va a ser mi objetivo diario en 2022.
La alegría es alcanzable, humilde, democrática
La encuentras a raudales en los suburbios de Cape Town o en los secaderos de tabaco de Viñales (cito estos lugares porque conocí su pobreza y también su alegría).
La alegría es un conejo que todos llevamos en la chistera del alma. Una paloma que echamos a volar para contagiar sonrisas. Es propia, está en nuestra mano, es endógena. Mejora nuestra salud y la de nuestro entorno.«
La alegría también tiene efectos secundarios. Como un bumerán, viene de vuelta con alegría adicional. La alegría se expande como la espuma de poliuretano, pero siendo ecológica, reciclable y sostenible. Es economía circular.
Estar alegre es actitud, es posible y alcanzable. La alegría es barata. Ilumina más que once millones de luces led. Dinamiza la economía, estimula el consumo de proximidad, el producto de temporada y los besos apasionados (de conviviente).
La alegría es energía renovable en tarifa valle
Es creatividad a flor de piel, onda larga musical. La alegría es como la muestra de perfume gratuita del Sephora, como los sobrecitos de más de kétchup que te pone el chico de la gorra, como las palomitas que desbordan la caja de cartón.
¿Y qué tiene que ver toda esta mierdecilla de reflexión con el #marketing? En primer lugar como becario, por lo que pagáis, puedo permitirme divagar si me peta. En segundo, escribir esta historia me recordó mi presentación en Londres para Marcus Evans acerca de las estrategias de fidelización para jóvenes de un banco (que fue modelo en fidelización).
En aquella presentación había una diapo (la importante) que daba una definición aproximada de “fidelización”. Era algo así como “la fidelización es la suma de experiencias positivas (con la marca)”. Es una idea simple que he venido defendiendo desde entonces, y ya han pasado más de 15 años, y que engloba UX, ROPO, captación, branding, repetición de compra, recomendación… incluso pérdida de cliente.
Así, trayéndonos el marketing al #pannuestrodecadadía, si fidelización es suma de impactos positivos en interacciones con la marca, esa tan ansiada y utópica felicidad que solemos desearnos para el año nuevo, no sería otra cosa que la suma de momentos de alegría.«
Así que, estimados lectores, les deseo un alegre 2022. Porque si el niño detrás de las concertinas en un campo de refugiados es capaz de sonreír, yo me declaro el compromiso moral de la alegría. Al menos un ratico, cada día.