Acorralada por las pruebas del caso master y humillada públicamente por el famoso vídeo de las cremas que difundió Ok Diario, Cristina Cifuentes presentaba su forzada y forzosa dimisión a la Presidencia de Madrid el pasado 25 de abril.
Salir a dar una rueda de prensa en ese contexto no es en absoluto fácil ni agradable. Pero ella, lejos de mostrarse hundida, avergonzada o arrepentida, gestionó este difícil trance político y personal con la misma altivez que adoptó desde el comienzo de esta crisis, cuando el 21 de marzo el confidencial El Diario.es sacó a la luz las posibles irregularidades en su título de la Universidad Rey Juan Carlos y ella respondió con un vídeo en el que, un tanto sobreactuada, decía: “A los que queréis que me vaya, no me voy… me quedo”.
Cristina Cifuentes dimitió a través de una comparecencia pública breve, de 11 minutos y medio de duración, que hizo de pie tras un discreto atril y en la que no aceptó preguntas. Ya desde su entrada en la sala llamaron la atención dos detalles que no pasaron desapercibidos para nadie: el estilismo elegido y su soledad.
Se presentó ante los medios de comunicación con un total look blanco, el color de la pureza y la inocencia, su coleta pulida y su aire elegante de siempre, tratando de mostrar normalidad, y un maquillaje marcado que denotaba fuerza. Y lo hizo sola, porque ningún compañero de partido o de Gobierno la acompañó -demostrando su apoyo- ni a la entrada ni a la salida de la sala, que, como si de una metáfora se tratase, se produce por la puerta de atrás. La soledad física de Cifuentes se reafirmó más tarde verbalmente con las omisiones a nombres concretos en los agradecimientos de su discurso. Y es que, no nos olvidemos, comunicamos tanto con lo que decimos, como con lo que callamos.
Y, en este mismo sentido, se echó de menos también una esperada disculpa. Desde el punto de vista de la comunicación, asumir responsabilidades y pedir perdón públicamente es determinante en la correcta gestión de una crisis de esta envergadura (aunque no necesariamente suficiente), así como también lo es la sinceridad, la coherencia en los mensajes, la ausencia de silencios o elegir el tono adecuado para responder. Es evidente que nada de esto ha tenido en cuenta Cristina Cifuentes, protagonizando una de las peores gestiones de crisis política de nuestra democracia.
LAS CLAVES DE LA COMPARECENCIA
Analizando la estructura y los mensajes de su intervención, observamos que Cristina Cifuentes abre su comparecencia presentándose como una víctima de una “campaña de acoso y derribo”, “una campaña que dejó de ser política para convertirse en personal”. Cifuentes no se siente culpable, sino que en todo momento muestra un sentimiento de ser atacada injustamente. “Linchamiento”, “ataque personal”, “se han traspasado todas las líneas rojas” son algunas de las palabras escogidas por la ex presidenta madrileña a lo largo de su discurso para retratar la situación a la que se ha visto sometida, según ella, porque “mantener una actitud de “tolerancia cero ante la corrupción tiene un precio”.
Una vez expuesta su condición de víctima, Cifuentes habla directamente de los actos cometidos en el Eroski de Vallecas, pero esmerándose en tratar de restarle importancia a lo sucedido ese día. En su relato de los hechos pone énfasis en la involuntariedad de su acto, al que califica de “error involuntario”. “Me llevé por error, y de manera involuntaria, sin ser consciente de ello, unos productos por importe de 40 euros. Me lo dijeron a la salida, los aboné en ese mismo momento y el asunto no tuvo más transcendencia”, explica.
Durante su comparecencia, Cifuentes reconoce haber cometido errores políticos y personales, pero acto seguido le quita hierro diciendo que “como cualquier otra persona” e incluso se atreve a bromear asegurando “yo también me he saltado semáforos en rojo”.
Un bloque importante de su discurso lo utiliza para explicar los motivos de su renuncia, aclarando, en primer lugar, que es una decisión meditada, no improvisada, y que ya pensaba dimitir antes de la publicación del vídeo, pero que iba a hacerlo después de los actos institucionales del 2 de mayo. Este mensaje clave lo dice hasta en dos ocasiones para que quede grabado en la mente del receptor.
En ningún momento Cristina Cifuentes denota arrepentimiento o culpabilidad. Al contrario. Convencida de que es una víctima de un boicot político y personal, hace un balance positivo de su etapa al frente de la presidencia de Madrid, calificando su gestión de “buena” y “razonablemente buena” y argumentando esta afirmación con ejemplos concretos, como la congelación de las tarifas del transporte público, la dotación de becas educativas “en una cifra histórica”, la baja política fiscal o la creación de 120.000 puestos de trabajo en el último año, entre otros. Justifica su decisión argumentando que con su adiós quiere evitar dos males mayores: el daño a su familia y la entrada de la izquierda en el gobierno madrileño, ya que sería muy negativos porque “subirían los impuestos” y tirarían por la borda los logros alcanzados por ella.
El cierre del discurso lo dedica a los agradecimientos a su familia, a su equipo y a todos los madrileños, sin hacer nombramientos concretos, y concluye que se va satisfecha con el trabajo realizado y con la cabeza alta. No se pueden obviar tampoco las palabras que dedica a los medios de comunicación, a los que increpa que “no todo vale” e invita a reflexionar sobre ello.
Pero, ¿resulta Cristina Cifuentes creíble en su comparecencia? Lo cierto es que sí. Más allá de que las pruebas parezcan indicar que Cristina Cifuentes ha realizado actos, sino delictivos, poco honorables, si atendemos sólo a su discurso resulta convincente en sus argumentos. ¿Por qué? Porque ella realmente se cree lo que está diciendo y eso lo percibimos porque existe una total coherencia entre su comunicación verbal y no verbal. La clave de su credibilidad es que con sus gestos, en todo momento, reafirma sus mensajes, sobre todo en la última parte del discurso, en la que claramente se siente más cómoda. A pesar de todo, Cristina Cifuentes se va con la cabeza alta y eso no lo dicen solo sus palabras, sino también su cuerpo.
Ángela Caruncho es experta en comunicación y relaciones públicas. Ha trabajado como consultora en Burson-Marsteller y previamente en medios de comunicación como Cuatroº. Actualmente colabora con la agencia Torres y Carrera y es socia fundadora de la firma Missing Ondina.