Una de las mejores series de la televisión moderna está hecha en España y se llama “El Ministerio del tiempo”. A pesar de que el ente público hizo amagos de retirarla, la espontánea reacción popular logró su indulto a través de una especie de crowfunding emocional. Ahora va por su tercera temporada. La idea no es enteramente original pues, en la memoria de los ya por entonces prematuros seriéfilos, ¿por qué decir seriófilos?, cohabita en su adn con “El túnel del tiempo”, serie americana de los sesenta del incansable Irwin Allen, el magnífico creador de “Viaje al fondo del mar”, “Perdidos en el espacio” y “Tierra de gigantes”; series todas ellas con sabor a tardes de pan y chocolate.
En “El túnel del tiempo”, los dos protagonistas pululaban por vertiginosos arcos catódicos hasta acabar aterrizando en épocas pretéritas con el objetivo de reconducir el mal fario de la historia. No siempre con éxito, como cuando intentaron convencer al capitán del Titanic de que cambiara el rumbo. Como les suele acontecer –como diría Alonso de Entrerríos- a los intrépidos protagonistas de la serie española, estos también eran tomados por dementes y encerrados en un camarote que acabaría por ser la metáfora implacable de la irreversible obstinación de la historia. Así, el Titanic se hundía sin remedio y nuestros protagonistas se dedicaban, favorecidos por los caprichos de la ciencia ficción, a otros menesteres igual de altruistas.
Algo así ocurrió la otra noche, ya de las últimas antes de la piqueta, en el Calderón. Una noche a lo grande en la que, como antaño, no quisieron faltar a su homenaje de despedida europea rayos y truenos que parecía retornar de otra época, en este caso del día de San Fermín del 82, en la mitológica tormenta que acompañó al concierto de los Rolling Stones.
¿Y quién fue esta vez el héroe que atravesó la puerta o el túnel del tiempo para llegar al Calderón y salvar la magia del fútbol, tantas veces sometida al acoso de la violencia? Pues un francés taciturno que asombró al mundo entero con un regate imposible para la posteridad, que solo puede hacerse desde la inocencia. Quizá desde la niñez del propio futbolista, a su vez trasportado en su propio túnel del tiempo a quién sabe qué callejuela de su barrio, a qué orilla de una playa remota. Benzema, héroe del tiempo, fundió el pasado de un Calderón que surcaba la tormenta como en la travesía de un galeón resignado con el futuro de un Madrid otra vez en una final retadora. Una final en la que Zidane, ese hombre de cabeza y sonrisa de príncipe egipcio, vilipendiado y discutido por muchos en su propia casa, se las tendrá que ver, en la noche del 3 de junio, con la precisión de cirujano plástico de Allegri que ha revivido, impoluta, a la Juventus. Y puede que un reto no tan difícil como haberse podido deshacer del bucanero Simeone que arengaba-¡rayos y truenos!- desde el alcázar a una tripulación entregada.
En aquella noche del verano del 82 en el Calderón, muchos ilustres protagonistas de la época compartieron la tempestad. Entre los más relevantes, por lo que iba a ocurrir, ya en el futuro, y solo tres meses después, estaba un Felipe González a punto de hacer otro regate que iba a cambiar la historia. Quién sabe si en la tormenta de la otra noche se acordase de aquella y, visto lo visto, no hubiese querido tener ahora la oportunidad de llamar a nuestros héroes del tiempo para que lo trasladasen a través de la puerta del pasado. De alguna forma, puede que lo sepamos en el próximo capítulo del 21 de mayo. Así que…continuará.