Se reaviva así la polémica surgida a finales de marzo cuando vio la luz una provocadora campaña de publicidad del Ministerio de Igualdad en la que sea fomentaba la masturbación a los 60 años. El escándalo es mayúsculo al haberse conocido en sede parlamentaria en las últimas horas el costo de semejante desatino. Dos millones y medio en programación y 336.000 euros en creatividad. Casi nada con la broma. Todo ello soportado por el erario público, es decir, con dinero de todos.
Del contenido vergonzante y obsceno ya hablamos en su día. Ahora lo que está en tela de juicio es la desmesurada e inoportuna inversión publicitaria con unos fines tan provocadores. La igualdad no está, y lo deberían saber en el ministerio que lleva tal nombre, en la diferencia. No está en pensar cosas que les pueden parecer lógicas a cuatro iluminados que a la sopa boba esperan la nómina mientras se entretienen en meternos el dedo en el ojo con una campaña que chirría la mires por donde la mires.
Está claro que además de sentido común y controles en el gasto publicitario, hace falta algo más para que se gaste un dinero de forma tan manirrota. El sector se quedó estupefacto al ver el resultado de la campaña. Ahora los spots pasan a un segundo plano al comprobar cuánto costó la juerga.
Con la perspectiva que deja el paso del tiempo, la campaña además de ridícula e ineficaz se comprueba que solo sirvió para chupar foco y que hablaran las madres de la criatura. Unas deslenguadas que no saben nada de la publicidad y que piensan que con ocurrencias así aleccionan a alguien. Que tengan claro que los mayores de 60 saben lo que tienen que hacer con el sexo. Y aun peor para ellas, también saben qué hacer con el voto. Para echarse a temblar, con sexo o sin él. Se les vio el plumero con la campaña de marras, con perdón.
