Encima no ganó Orestes el bote de ‘Pasapalabra’. Ese personaje tan peculiar se había colado ya hace unos meses en los hogares de los españoles cada tarde y parecía ya uno mas de la familia. El típico sobrino bonachón que llega el viernes a casa con una bandeja de pasteles debajo del brazo y dispuesto a jugar con los sobrinos. El mismo que era capaz de cuidar a la abuela o hablar de fútbol desde el desapasionamiento. Orestes de nuestras vidas.
Ese es el fenómeno que consigue un año sí y otro también el espacio ‘Pasapalabra‘. Hace populares a tipos normales. Los presenta cercanos, accesibles. Crea unos vínculos que en estos días, pasado el desasosiego de ver como el burgalés no ganaba, nos aloja en la melancolía. Ya no estará en antena un agitador de emociones como era Orestes.
Nos pasó hace unos años con Jero, auténtico icono de los concursos de televisión. Recogió su testigo Pablo, un músico tranquilo que hacía del estudio una suerte de vida. Cuando ellos se fueron, con el bolsillo bien lleno por cierto tras su paso por Hacienda, nos enfrentamos al síndrome de la añoranza. Los vínculos psicológicos que la televisión logra crear en el telespectador nos arrastran a la melancolía, y a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.
La fuerza de la televisión es brutal, tanto que ahora nos hace ser perezosos con una nueva serie del concurso que nos presentara a otros desconocidos que jugaran con el paso de los meses por un buen bote de premio. Los volveremos a convertir en familia. Así cíclicamente. Que pasen los siguientes. De la chistera siempre salen nuevos “conejos” para concursar.