Con las cosas de comer no se juega. Máxime si la gran perjudicada no es Natalia Chueca, sino la imagen de Zaragoza. Una ciudad que por fin tenía un plan y un acuerdo para, sobre la vieja Romareda, construir una nueva que fuera la imagen de la Zaragoza moderna que se quiere proyectar. Al final tanto embarrar el terreno por parte de Podemos, que solo piensan en su subsistencia, el bombazo a la línea de flotación del proyecto ya es una realidad.
La entidad bancaria que soportaba la operación financiera al ver cierto desencuentro, se vuelve temerosa y da marcha atrás con todo lo que acarrea. Ahora tenemos un plan para construir la imagen que se quiere proyectar al mundo tomando como epicentro el Mundial de futbol de 2030, pero no tenemos quien lo pague.
Las dudas pueden entorpecer un proyecto que es básico en términos de marketing. Otras ciudades han sabido crecer en torno a su nuevo campo de futbol. Bilbao con el nuevo San Mames, del mismo arquitecto que quien diseña la Romareda, es un claro ejemplo.
La marca Zaragoza necesita seguir creciendo y adecuarse a los nuevos tiempos y a los nuevos consumidores. No somos ya solo la ciudad del viento, los adoquines dulces, o los cachirulos. Queremos proyectar modernidad, gusto por avanzar y ganas de ser de nueva generación. Pero los tiempos del tacticismo político llevan a bloquear proyectos que parecen vitales para la nueva imagen de la ciudad.
Pocas veces pasa un transatlántico por la puerta de casa. Y cuando hace intención de atracar a orillas del Ebro, llega un patoso y lo fastidia. Qué bien se vivía cuando sabíamos que había un tonto por pueblo y no como ahora, que afloran aún a costa de manchar la imagen de una ciudad. De su ciudad para más inri.