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Los debates televisivos en campaña electoral o el gran fiasco en eficacia

La proximidad de la cita con las urnas trae a primer plano y ya en plena campaña electoral las polémicas e ilusiones que rodean a los esperados debates televisivos. Se trata de un fetiche que en su día se percibían como  verdaderos termómetros donde el aspirante se jugaba un buen puñado de votos si conseguía meter cuatro o cinco golpes de efecto en el mentón de su rival.

Ahora se han quedado en una vieja reminiscencia del pasado, poco rentables en términos de audiencias, carentes de interés para el ciudadano de a pie y al final poco decisivos para tratar de captar el voto del indeciso o de quien se puede decantar por la abstención.

Quienes siguen alentando ese mantra del debate como el “golpe de efecto” suelen ser los jefes de campaña y la cohorte de asesores que rodean a los candidatos. Horas y días preparando gráficos que mostrar con más o menos gracia, argumentarios con fichas muy selectivas de casi todos los temas y horas de hemerotecas para buscar gazapos y vías de agua del contrincante.

Sumemos a ello un desmedido afán por “colocar” como sea y al precio que sea el eslogan convenido que al final se convierte en un monólogo recurrente que no viene al caso en la mayor parte de los casos. Vamos, el consabido, yo he venido a hablar de mi libro.

¿Debates o cara a cara?

Los asesores empiezan a valorar sobre si es mejor un “cara a cara” y ahí aparecen mil razones que llevarían a tomar de manera bien argumentada una decisión y la contraria. Luego están aquellos que piensan que en pos de una democracia entendida en grado puro, son eficaces y más correctos unos debates a siete, con todas las fuerzas que ya tienen representación parlamentaria. No faltan tampoco los que claman por meter en los debates a fuerzas políticas sin representación y que ahora la pueden obtener. Es decir, que todo vale.

Al final no pasa de ser un juego para que los jefes de campaña se entretengan hasta llegar al día y a la hora del debate con una sola idea para el candidato. No te equivoques y deja que lo hagan otros. La máxima suele ser siempre la misma para el político, salvo desesperación en las encuestas. “Salgamos a no perder” en este intercambio de golpes se escucha en las reuniones previas. Y por supuesto, si el adversario se está equivocando, conviene no distraerle para que siga en el error. Pasen y vean, el circo ilumina ya la pista central de los debates. Eficacia, quizás poca. Audiencias, a la baja claramente. Entonces, ¿para qué los debates?

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