Hace unos días mi admirado y casi amigo Gervasio Sánchez comenzaba una colaboración con uno de los diarios online más novedosos e interesantes, lamarea.com, con el blog ‘El oficio de contar’.
En sus dos primeros artículos, a modo de epístola, Gervasio rinde homenaje a Ryszard Kapuscinski, uno de los periodistas más celebrados y adorados por la profesión, fallecido hace una década y con una apasionante vida de reportero y que también dedicó a la escritura.
Como un juego de espejos, sirva este articulo-carta también como homenaje a ti, Gervasio, y a nuestra profesión, aunque no me sale ser tan complaciente y sí mucho más realista en la percepción del oficio.
En ambos artículos hablas de las dos caras del periodismo: Los cínicos no sirven para este oficio lo dedicas al buen hacer del periodismo y más concretamente del reporterismo; y en Los cínicos sí sirven para este oficio criticas al mal periodismo, aunque resulta más bien una crítica a las empresas periodísticas.
Si hay una profesión vocacional por definición es la del periodista. Nadie que no quiera dedicarse a este viejo oficio decide emprender los estudios de una disciplina como esta. Otro debate aparte merece si la carrera de periodismo tiene sentido, tal y como se plantea en las universidades españolas.
Seguro que en las redacciones, esos lugares que cada vez se encuentran más colgados de la “nube” y menos en espacios físicos en las empresas de comunicación, existen periodistas “capaces de dar la batalla por los temas que molestan, que no se dejan manosear por las prebendas” como dices. Pero esas redacciones también están ocupadas de personas que necesitan un sueldo, que tienen derecho a la conciliación familiar y que quieren saber que habrá un mañana cuando cierran sus ordenadores. La figura cuasi cinematográfica del periodista héroe, que trabaja sin horario ni tiene vida familiar, dispuesto a dar la vida por su profesión, no es la que existe normalmente en las redacciones. Detrás de esa bella estampa, siempre existe una pareja que suple la ausencia del conyuge y que, si hay niños, se ocupa de la crianza de los hijos. En resumen, detrás de un periodista entregado, hay alguien que paga las consecuencias.
También es cierto que, como decía Kapuscinski “el periodista debe ser indeseable, inoportuno, certero en su impertinencia”, pero también es verdad que al periodista no le puede cegar ni la subjetividad ni una interpretación torticera de la realidad, preconcebida a imagen del informador (o de los jefes…). Conozco algún periodista que iba a las entrevistas con el titular ya puesto, y que todo el cuestionario consistía en hacer “caer” al entrevistado en esa frase que iba a coronar el artículo.
Gervasio, como buen reportero forjado en batallas, (no es ninguna metáfora) describes en boca de Kapuscinski, las virtudes que deben adornar a un reportero de guerra. Allí me abstengo de opinar, ya que, aunque estudié periodismo soñando con ser reportera de guerra, el destino es caprichoso y te dirige a situaciones que nunca habría imaginado, como profesional.
“Un reportero tiene que vivirlo todo en propia carne”, decía Kapuscinski. “Para ser un buen periodista es conveniente ser buena persona”. “El reportero tiene que hallarse en el centro del conflicto”. Por todo ello, quería ser periodista. Aunque hay algunos libros (para todo hay) que desmitifican la labor de los reporteros de guerra, nadie pone en duda la grandeza y pasión de una profesión como la de reportero.
En el siguiente artículo y segunda parte del homenaje a Ryszard Kapuscinski, Gervasio Sánchez habla sobre el mal periodismo, “Los cínicos sí sirven para este oficio. Sobre el mal periodismo”. En este caso, aun coincidiendo con él en sus apreciaciones, muchas admiten matices.
Si bien el título se refiere al oficio del periodismo, en realidad, Gervasio, estás pensando en las empresas mediáticas, los consorcios de comunicación y quienes los dirigen. Y creo que allí está el matiz y mi comentario impertinente. “Son grandes ejecutivos y utilizan la información como instrumento de lucha política…”, dice Kapuscinski.
Precisamente, porque son ejecutivos, son empresarios o CEO´s (como se llaman ahora), no son periodistas. No comparten los mismos intereses ni buscan los mismos objetivos. El periodista debe trabajar para informar, descubrir la verdad (aunque sea su verdad) y los ejecutivos trabajan para la cuenta de resultados, y si no, “se trabajan” a instituciones y empresas que compensen esa cuenta. Aunque ambos, eso sí, con diferente tabla salarial, cobran la nómina de la misma empresa.
Cuando se habla de directivos depravados con contratos blindados, mientras sus empleados son sometidos a rebajas salariales o despidos masivos, nos viene a la mente el nombre de algún periodista venido a ejecutivo en una publicación histórica española, y creo que en él estabas pensando, Gervasio, mientras escribías. Y con razón…
En las empresas de comunicación, al igual que las demás, existe una élite directiva que es la última en sufrir los recortes y un rango mayoritario de empleados de base, que son los que más injustamente pagan los estragos de las crisis.
Que la prensa tradicional va perdiendo lectores o audiencia, es una realidad irrefutable. Que muchos de las empresas periodísticas han entrado en barrena a causa de la irrupción de las redes sociales. Es obvio. Que siempre van a hacer falta periodistas independientes que hagan bien su trabajo, comuniquen, informen y denuncien los excesos del poder. Es deseable. Que el oficio de reportero o periodista es puro, infalible y heroico, para nada.
Ni somos héroes ni somos escoria, somos lo que somos. El periodismo sigue siendo uno de los oficios más bonitos del mundo, con sus grandezas y sus miserias, maestro Gervasio.