La salida a la luz de los jugosos sueldos que RTVE aplica a los tertulianos de la casa desvela ahora varias incógnitas que no se alcanzaban a comprender sin tener esos datos oficiales. Unos ingresos que varían según los programas, apariciones y algunos criterios subjetivos que no se han explicado. Quizás sobran más explicaciones.
Los periodistas que acuden a las tertulias afines a la causa tienen como leitmotiv el ver siempre con buenos ojos los posibles desmanes que puedan cometerse desde Moncloa sin cuestionar medida alguna por rocambolesca que parezca y por mucho que levante ampollas entre la profesión o entre los españoles de a pie. No se engañen. Hoy estos, mañana los otros. Todo da igual por seguir con colaboraciones más que generosas que obviamente les obliga a no poner en tela de juicio a quien les paga religiosamente.
La otra consigna, no sé si escrita o no hace falta tanto, será la de no hacer sangre primero y minimizar después cualquier atisbo de crítica. Y el resultado son tertulias tan planas carentes de interés informativo y convertidas en un sermón monocorde de una actualidad tan sesgada como bien pagada.
Basta repasar la lista de beneficiados como para ver una equivalencia entre los que asisten, lo que cobran y el grado de indignación que a veces con sus comentarios crean en la opinión pública. Esa misma que ahora ya acierta a ver cuáles son las motivaciones que a estos vendedores de la verdad los lleva a matar a pecho descubierto por quienes les pagan. Cuerpo a tierra que vienen los colegas en carruaje de oro. Y a pagar otra vez el Ente que lo aguanta todo. Así nos va. Nos sale a buen precio el kilo de tertuliano.
