No es plomo todo lo que reluce

RedesSociales

Uno de los grandes mitos del ciberoptimismo es el de que los jóvenes nacidos con la omnipresencia de las pantallas son todos absolutamente entusiastas de la tecnología digital. Los chavales están entregados a ella hasta el punto de que no son capaces de concebir el mundo  de otro modo, la viven con paz y armonía, están como peces en el agua en las redes, manejan con habilidad y eficacia los artilugios y, por tanto, es imposible que ninguno de ellos sufra ningún daño colateral consciente o se plantee ni por asomo el escapar de ese entorno en busca de medioambientes más saludables. Difundido y amplificado por la prensa fan de la tecnología y predicado machaconamente por los nuevos profetas de la innovación con el consiguiente “ha venido para quedarse“,  se crea la sensación de que no hay nada que hacer al respecto, convierte en demonizador cualquier intento de análisis crítico de lo que ocurre y paraliza los intentos de padres y profesores para afrontar educativamente las pantallas.

Destronado el mito del nativo digital por los mismos que lo acuñaron —véanse abajo las referencias al respecto—, todavía queda este resto de cliché profundamente grabado en el imaginario social afectando incluso a los propios jóvenes aludidos en los que se refuerza la idea de que para ser joven hay que ser digital. Hasta el punto de que acaban pensando como con el sexo que no son nadie si a los doce o catorce años no se han “acostado” ya con móviles, videojuegos, redes sociales, youtubers, instagramers e influencers… No se sabe si son jóvenes y por eso se adhieren por ósmosis a este nuevo medioambiente digital o es obligatorio adherirse a él para ser el esperado estereotipo de joven tecnológico. Es decir, de nuevo la gran pregunta: ¿son digitales o los hacemos? ¿Nacen o se hacen?

La habitual fotografía sociológica de un colectivo juvenil uniforme supone ya un serio alejamiento de la realidad, pero es que en el tema digital “la relación de esos jóvenes con las redes sociales [no es para nada homogénea. Por el contrario] es más turbulenta de lo que se cree. Hay idas y venidas, portazos, ansiedad, estrés… ” y en muchos de ellos se está dando un cierto cansancio y un creciente inconformismo. Lo dice Juan Meseguer en Aceprensa en un estupendo artículo que titula “Jóvenes con sentido crítico“. En él, habla de la tendencia a “cuestionar los hábitos tecnológicos de moda“ que se extiende entre los jóvenes de manera minoritaria, desde luego, pero muy significativa: están los que se sienten abrumados por la presencia permanente de la tecnología y necesitan descansar de ella; los que terminan hartos y la abandonan; y los que la usan de manera creativa, huyendo de las fórmulas típicas y tópicas del entretenimiento y el cotilleo.

Lo documenta citando un artículo de la periodista Sirin Kale en The Guardian, en el que se exponen datos y testimonios muy jugosos de un par de estudios:

  •  más de la mitad de los jóvenes afirma haberse tomado alguna vez un descanso de las redes.
  •  un 34% afirma haberlas abandonado por completo.
  •  el porcentaje de jóvenes de 18 a 24 años que consideran importantes en su vida las redes sociales ha pasado del 66% en 2016 al 57% en 2018.
  •  El motivo del desencanto más citado es la pérdida de tiempo.
  •  Isabelle, de 18 años, se queja de que sus compañeros de clase han empezado a preferir los mensajes de texto a las conversaciones cara a cara.
  •  Mary Amanuel, de 17, dejó las redes cuando se cansó de mostrar una imagen falsa de sí misma.
  •  Jeremiah, de 18: dejó Facebook con 16 y, tras ceder a la presión de sus amigos para que se abriera una cuenta en Instagram, pero lo dejó a los seis meses porque “Era una competición para ver quién era más feliz”.

Y es que, aunque ‘hayan llegado para quedarse‘, se puede quedar uno enredado y empobrecido en ellas o libre y enriqueciéndose a sí mismo y a los demás. Y, aunque ‘no se puedan poner puertas al campo‘, sí se debe acotar y trabajar bien el terreno por el que uno pisa para sembrarlo de semillas que den fruto o convertirlo en un desierto yermo o, lo que es peor, lleno de malas hierbas. Y los jóvenes no son idiotas por ser jóvenes. Messeguer lo dice citando a Sirin Kale: usar las pantallas y las redes de un modo alternativo es hoy otra forma de inconformismo y contracultura.

Lo cierto es que el medioambiente digital juvenil no es uniforme: no todo es plomo, inconsciencia, pereza y puro entretenimiento; aunque eso pueda ser mayoritario, también hay oro, y plata, y bronce… aunque no sea lo que más reluce.

Es un mensaje que hay que hacer llegar a los padres, a los educadores y a los mismos jóvenes,  para que los unos se sacudan de encima el complejo de emigrantes, y los otros decidan con libertad cómo convivir con la tecnología sin la presión del grupo, de la moda o el marketing.

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