Escribe Alfred Pavía, vicepresidente de la Asociación 361 de agencias de publicidad de la provincia de Alicante y Director Creativo de Sapristi Décom.
Permítanme comenzar recomendándoles por su salud mental que escuchen absolutamente todo lo que diga el humorista Juan Carlos Ortega. Un genio ya veterano que ha conseguido crear un discurso, mil voces y un estilo propio, absurdo, inteligente, irreverente y loquísimo en un medio tan difícil como la radio.
En ello andaba yo con su entrevista en El Vermú de Extradigital (por favor, queremos capítulos más largos) y le preguntaban, al respecto de la última campaña lapidada en las redes durante la Semana Santa, sobre los límites del humor y sobre de qué cosas se puede hacer humor y de cuáles no.
Decía algo así como “si se puede hacer música o poesía sobre algo, también se puede hacer humor”. Y pedía que no se le impidiera a nadie hacer humor, no solo por la libertad de expresión, sino como herramienta para acabar conociendo a ese alguien, marca o persona. Algo así como lo de permanecer callado y parecer idiota o hablar para corroborarlo, pero con chistes.
También recomiendo que escuchen, vean o lean a José Luis Moro, uno de los creativos que mejor maneja y defiende el humor en la publicidad. Y que coincide con Ortega en su pasión por la radio, quizás el medio tradicional donde el humor vive con mayor libertad. Recientemente publicó un artículo en el que reivindicaba, entre otras cosas, que en los festivales se equipararan a nivel de premios las campañas que usan el humor, tratándolas igual que a las intensitas, a las poéticas, o a las que se dejan unos buenos dineros en producción. Se lo enlazaría, pero lo publicó en otro medio y no es plan, que me debo a Extradigital.
Donde sí les puedo llevar es a “A la hoguera”, el blog donde Moro recopila divertidas campañas de hace unos años que ahora desatarían la furia de los justieros de Twitter (ojo, que los de LinkedIn no se quedan atrás) que antorcha en mano pedirían, qué digo, exigirían, su retirada inmediata, la castración en plaza pública de los creativos/as responsables y se sumarían al boicot de una marca que en la mayoría de los casos o acaban de conocer o no han comprado en su vida. Hulio.
Y es que este anuncio me ha faltado al respeto.
Respeto.
Aquí quería llegar yo.
Trabajamos en una industria que se encarga, por sistema, por defecto, a faltar al respeto al receptor del mensaje. Te interrumpo. Te grito. Te digo que yo no soy tonto así como diciendo que igual tú sí. Te hago ofertas justo después de haber subido los precios. Te pongo letra pequeña que dice exactamente todo lo contrario de lo que pone en la grande. Te hago perseguir un banner para encontrar la maldita cruz de cerrar anuncio por todo el periódico. Te hago retargeting de tal forma que mi oferta te perseguirá por donde quiera que vayas. Te aburro soberanamente con empalagosos spots con música de piano, voz susurrante y sucesiones de estereotipos. Te obligo a pagar la cuota de Spotify para poder escapar de esas cuñas. Te pregunto 600 veces al mes si quieres pasarte a Youtube Premium a ver si suena la flauta. Te digo que son 7 minutos de anuncios y en realidad son 32. Hasta compro tus datos para darte mejor la turra.
Pero todo eso lo pasamos. Lo asumimos. Es parte del trato. Venga, va.
Todo menos un chiste.
Ay como se te ocurra contarme un chiste que no me haga gracia. Ay como se te ocurra hacer humor sobre algo con lo que yo me pueda sentir ofendido. Ay como oses no ya meterte, sino mentar con chascarrillo algún colectivo (aquí entran desde los más concurridos hasta los más minoritarios, Los amigos de la filatelia noruega, La asociación de saltadores de pasos de cebra por lo blanco, lo que sea), ahhhmigo, con la turba hemos topado.
Da tu campaña por finiquitada. Y seguramente, puedes hacer lo mismo con el contrato con tu cliente. Que hay mucha gente que pasa por lo blanco en los pasos de cebra, ¡insensible!
Y claro, pasa lo que pasa. Que los departamentos creativos se autocensuran. Que el pavor se instala (tumba más ideas el miedo que los bajos presupuestos, que ya es decir) en agencias y clientes, que saltamos a la más mínima queja y que nos vamos a lo seguro: a los ¿te lo vas a perder? ¿cansado de (ponga aquí su problema)?, a los banners pertinaces, a los anuncios planos, a las cuñas que recrean conversaciones de frenopático y a los famosos que prescriben con los mismos códigos de los años 70. Y a una publicidad que ni fu ni fa.
Ni para los que la ven. Ni para los que la hacen.
Y luego nos preguntamos por qué nos odian.
Y por qué escapa el talento a otras industrias.
¿Y qué hacemos?
Ni idea, en serio.
Quizás tomarnos todos, emisores y receptores con un poco menos de seriedad lo que hacemos ayudaría a limar asperezas y divertirnos un poco todos. Al fin y al cabo, te estamos aconsejando pasta de dientes. Si te enfadas por un anuncio y pones el grito en el cielo por algo tan tonto, luego no te quejes si tu mujer sale en la tele diciendo que su dentista le hace reír más que tú.