María Gracia, mi vecina despensera, ha animado un debate al que espero se sumen otros miembros de La Despensa para enriquecerlo. Mientras tanto, te agradezco, María, tu respuesta. Has hecho muy bien en entrar con valentía a ese trapo. La intención del torero era que cualquier miura de la comunicación acudiera a la cita del capote. Y no para encontrarse con el vacío del engaño, ni para clavar el cuerno en el muslo del -en este caso- pobre novillero, sino para explicar y entender este complejo mundo que nos ha tocado lidiar, al tiempo que contestar una pregunta compleja, pero importante.
Cogiendo el toro por los cuernos -y digo toro, es decir, asunto, y no demonio como sugiere tu post ya desde el título-, te diré que, desde que me dedico a la representación y defensa del consumidor de medios y, por tanto, al análisis de la comunicación, el contraargumento de la demonización se me ha aplicado infinidad de veces. Y en todos los casos, detrás de él no ha habido sino un intento de esquivar la argumentación demonizando al que supuestamente demoniza, pero empobreciendo enormemente el debate porque no tiene en sí significado alguno.
Otro elemento repetido, desde los lejanos tiempos en que la televisión era el único medio, es el de adular a las entonces audiencias y ahora a los consumidores: en aquellos tiempos, la audiencia democrática que sancionaba con su presencia la calidad y, por tanto, el éxito de la telebasura no podía estar equivocada porque estaba constituida por individuos inteligentes y muy bien informados a los que los críticos no podíamos sino alabarles el gusto. Pero entonces y ahora, la sanción democrática –un recurso insustituible para la convivencia- no es trasladable en absoluto al campo de la cultura, la verdad, la bondad y la belleza, donde la exigencia de calidad y libertad no se juega en la masa de la opinión pública, ni en la sanción de las mayorías, sino en la libertad verdadera, difícil y exigente de cada persona.
Y esa es precisamente la cuestión. Y esa era la pregunta que me parece no queda del todo contestada en tu post. ¿Es más fácil hoy ser libres con toda esa artillería comunicativa? O, al revés ¿lo tenemos más crudo? Tengo mis dudas y por eso preguntaba. Pero no yo, sino un compañero vuestro del ámbito comunicativo, Gustavo Entrala, afirma que “el objetivo del marketing y de la publicidad del siglo XXI es seducir a consumidores para que se unan a una marca, no sólo que la consuman. Por eso, las marcas deben hablar más de cosas que afectan a los consumidores y menos sobre sí mismas”. Y más adelante “hemos aprendido más sobre cómo funciona la sociedad en los últimos 10 años que en anteriores dos siglos de investigaciones académicas. ¿Por qué? Por el advenimiento de los Social Media, que son el mejor panel de investigación que ha existido en la historia de la humanidad”. Lo hemos contado muchas veces: los Big Data construidos con nuestros clics son un increíble instrumento de análisis tremendamente valioso para cualquiera que dirija una campaña ya sea política o publicitaria. Nunca hemos estado más voluntaria e ingenuamente expuestos. Lo que dice el experto lo confirma y no se puede decir con más claridad. Todos aquellos que se dedican a estudiarnos para vendernos, están encantados, no se pueden creer lo fácil que se lo hemos puesto: diez años de clics más significativos que siglos de investigación académica. Y ahí seguimos. ¿Más libres?
Son sólo dos apuntes. Se puede leer algo más en los tres post de mi blog titulados las marcas nos marcan. O no hace falta ir tan lejos. He aquí tu propio post de La Despensa, en el que propones no afilar los cuernos demoniacos, pero sí los cuchillos para cocinar nuestros datos y llegar a nuestras almas.
Abrazos y hasta esa posible y agradable sobremesa gastronómica.