Por Miguel Zandundo
Los ejecutivos del Fútbol Club Barcelona han decido no prorrogar el contrato que expira el 30 de junio con Telefónica para seguir emitiendo en su propio canal de televisión que emite en TDT y formaba parte del paquete ofertado por Movistar+ y Orange. Ocho millones de euros parecen tener la culpa de esta decisión. Ahora serán del orden de 150 profesionales los que irán directamente a la cola del paro tras el cierre de la televisión que veía la luz en 1996, siendo entonces una pionera en el sector.
Desgraciadamente esta decisión se une a otras anteriores que han acabado fundiendo a negro sus emisiones. La televisión es muy cara de hacer, muy compleja en estructuras y poco vendible en términos comerciales. Los nuevos canales de comunicación, la mayor parte gratuitos, se erigen en una competencia que acaba por desesperar a los gestores de las televisiones.
En esta ocasión ni un club con la entidad del que preside Joan Laporta puede asumir ese gasto para unas arcas que necesitan ser aliviadas para cumplir con el fair play financiero al que le obligan para que el proyecto deportivo sea viable.
La cuerda, esta vez también, se rompe por el lado del más débil. Cualquier jugador de la primera plantilla del Club, percibe unos honorarios por encima de los ocho millones de marras que ahora son la causa del cierre de la televisión. Es cuando menos curioso ver como si se prescinde de un jugador se crea un conflicto de grandes dimensiones y si se prescinde de 150 profesionales por la misma cantidad, parece no importarle a nadie.
Desgraciadamente el doble rasero existe y la moral se sigue armando a gusto del consumidor. Si el balón entra en la portería el domingo a quien le importará el futuro de esos profesionales. Claro que ellos ni llevan su nombre serigrafiado en la espalda, tatuajes en su cuerpo, un Ferrari en el parking de empleados y ni viajan a Ibiza en Bussines. Ahí esta la diferencia. De momento fundido en negro y el último que salga que apague la luz. Dentro la carta de ajuste.
