Después de escuchar a Cesc Gay dirigiéndose a Paula Ortiz al recoger el Goya al mejor director por ‘Truman’ en la pasada ceremonia de los Premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, me queda claro que la juventud, en el mundo del cine, es un defecto, un obstáculo para alcanzar el triunfo. Y es que, en su discurso de agradecimiento, el magnífico guionista y director de la gran ganadora de la noche de los Goya quiso compartir el premio con sus compañeros, pero acabó justificando el galardón basándose en que dos de los candidatos ya habían ganado el premio y que la directora zaragozana es joven y podrá ganarlo más adelante. Así que era “su” turno. Conclusión: Ganar el Goya es una cuestión de que te toque, no de méritos.
La trigésima edición de los Premios Goya parecía propicia para que los cineastas aragoneses obtuviesen un reconocimiento que, desde hace años, la efigie de Don Francisco de Goya y Lucientes espera que reciban sus paisanos. Sin embargo, la competencia personificada en el curioso nombre de una mascota canina era muy dura. Truman es una magnífica película, junto a La novia, probablemente, los mejores trabajos de nuestra cinematografía el pasado año. Así que nada hay que objetar a los Goyas obtenidos por el trabajo de Cesc Gay.
Pero lo que es más cuestionable es el olvido lacerante de la película de Paula Ortiz en alguna de las categorías de estos premios. Y especialmente sangrante es el caso del Mejor Guión Adaptado. Llevar a la pantalla Bodas de sangre de manera tan personal como lo ha hecho la directora zaragozana era una apuesta arriesgada, de la que salió bien librada gracias a un estupendo guión. Si no se ha llevado el premio es porque Paula Ortiz todavía no tiene suficientes amigos y apoyos entre los miembros de la Academia. Bueno, con el tiempo los tendrá.
Afortunadamente, Luisa Gavasa se llevó el Goya a la Mejor Actriz de reparto, aunque cualquier otro resultado en esta categoría hubiese sido una gran sorpresa.