Pidió una excedencia antes de la pandemia para escribir una novela. O más bien para realizar una serie de reportajes contrastando la realidad con sus recuerdos sobre personajes, sabores, olores y sonidos de la España vaciada, otrora tiempo morada de los “mejores veranos de la vida”.
Aunque después de mantener una conversación con Pedro Simón (“Los Ingratos”, Espasa) la incógnita se despeja: lo que buscaba era tomar carretera y mantra, disfrazando una búsqueda personal, autobiográfica, como novela para abrir las cajas del trastero de su niñez.
El resultado es una llamada de atención, una penúltima oportunidad, para ser agradecidos con las personas y esquinas, lugares, territorios, que nos marcaron nuestra infancia como un tío, una vecina, ‘el mejor amigo’, el colegio, la plaza o el ultramarinos.
Una mirada a esa “red de redes” que por aquel entonces estaba a plena calle. Un mundo global sin salir del pueblo. “Ahí estaba todo. El Internet en los pueblos era una tienda de ultramarinos; la periferia de las ciudades, los quioscos. El Youtubers era quien salía de la portada del Superpop”.
Y es que de una manera u otra, los que empezamos a pintar canas con 40 años, es decir, los hijos de los 70, “venimos de esa plastilina”. Un ecosistema que esta ahí, en tu experiencia, que nadie podrá borrar, de cuando se vivía de puertas hacia fuera, y no de pantallas para adentro; y que en cierta manera.
“No tengo idealizado los pueblos pero sí la infancia, me pesa. Hay mucho de gozoso pues quizás nuestro mejor verano lo hemos pasado en esos lugares, y nada más que por eso deberíamos declararlo santuarios de felicidad; incluso cuando vas de mayor todavía nos infantilizamos, nos asalvajamos. Vivimos”.
Pero también hay algo de “nostálgico doloroso» pues «vuelves a un sitio donde ya no puede darse ese beso, donde aquel árbol quizás ya no sea árbol; ese sitio donde ya no aparece ese niño que estaba jugando en la fuente, que eras tú. Hay algo de pérdida, y esome revuelve bastante”.
Y enseguida aparece el Pedro Simón que se rebela con los políticos que utilizan palabras huecas para llenar el discurso de la España Vacía. “Me llama la atención lo poco que pesa en España el PIB en el medio rural, a diferencia Francia o Alemania. Los pueblos hay que repensarlos con la mirada de la gente de la gente que vive de continuo”.
Y lo explica de forma sencilla, como sacada de un pasaje de novela, pero esta vez sin ficción. «Es más importante que haya una buena fibra óptica a unas fiestas patronales en agosto. Hay que repensar los pueblos, pero no como ese espacio al que va el forastero o vuelve el señorito un fin de semana”.
Así, el desarrollo “no está reñido con medio rural” y quedan muchos deberes por entregar como avanzar en la mecanización, digitalización, mejorar los servicios … reforzar ese músculo no sólo por lo económico sino con lo que tiene que ver con lo identitario. “Puedes viajar a Nueva York pero no al mejor verano de tu vida, que seguro tiene que ver con un pueblo”, nos indica.
Y entonces es cuando plantea su ideario periodístico, que se resumen en un permanente mirar para que no pasen de largo las historias que realmente te remueven. Siempre bajo el prisma de la “civitancia”, pues “creo mucho en el periodismo que te jode el desayuno de la mañana” pero con ánimo de tender puentes y no derribarlos, aparcando esa “gimnasia nacional de a ver a quien ostíamos hoy”. Un periodismo útil que piense verdaderamente en los problemas de las personas, en la búsqueda de soluciones.
Para evitar también la desafección de los jóvenes en la política, recuperar la democracia comenzando por quitarle el polvo al significado de la palabra. Un termino manido por «políticos de saldo» que nada tiene que ver con lo solemne, ese sentido que le daban aquellos pioneros que votaron por primera vez, y cuya ilusión queda bien reflejada en la novela.
Una novela que es un ajustar cuentas con el pasado. Una balanza que se ha ido desequilibrando a medida que se avanzaba del desarrollismo al desarrollo, de la niñez a la edad adulta. Una coraza que no te permite mirar atrás, no váyase que de pronto te topes con la realidad del presente, que puedas comparar.
Finalmente, también es destacable el reconocimiento a esas maestros y maestros rurales (“palabra que es más bonita que profesor o profesora”), a su “ingrato” y poco valorado trabajo, cuando “no hay nada más importante en una sociedad que ese oficio”.
Luego está la fascinante Emérita, Mercedes, Currete … pero ya es hora de ir a comprar el libro. Motivos no faltan.