Habrán escuchado ésta fábula millones de veces.
«Cuentan que una vez crecieron juntos un junco y un roble. Al cabo del tiempo el roble se hizo un enorme y engreído árbol que menospreciaba al junco burlándose de esta manera:
– Qué pequeño y débil eres. Ni siquiera tienes ramas y tu tronco no aguantaría ni un cuarto de kilo. Yo, sin embargo, soy grande, tengo poderosas ramas y mi tronco es mil veces más robusto que el tuyo. No sé ni siquiera por qué te hablo.
El junco ni se inmutaba ante tales palabras, mas se entristecía que su compañero, el roble, estuviese tan pagado de sí mismo.
Un día un tornado arrasó la comarca y mientras que el roble se oponía a la virulencia del aire con todo su vigor, el junco se plegaba. Tan fuerte era el tornado, que terminó arrancando el roble.
Cuando llegó la calma, el junco se mantenía en pie porqué no se opuso frontalmente a la enorme fuerza que les atacaba, sino que la supo eludir, mientras que el roble cayó por creerse invulnerable, terminando por convertirse en leña para los leñadores. Al verlo el junco se decía:
–Tanta vanidad y soberbia ¿De qué te han servido? Tu inflexibilidad ante el tornado te ha llevado a tu propia caída«.
Esta fábula indica que la rigidez y el inmovilismo no son garantía de supervivencia ni de inteligencia. Sin embargo la flexibilidad, en el momento oportuno, puede suponer una actuación justa, garantía de continuidad y supervivencia.
¿Qué más da la platea si lo importante es con quién? ¡Qué difícil es colocar a las personas en una boda o un acto! Sean generosos como un junco porque lo relevante es la boda y quien tienes a tu lado. Piensen que lo importante es que te inviten a la boda.