Despedimos un año preocupante para el periodismo. Lamentablemente los ataques directos a la libertad de expresión y al derecho a la información se están volviendo cada vez más habituales. Lo peor es que tanto la sociedad como ciertos sectores del periodismo ya lo han asumido como algo normal. Aquí está el peligro, que lleguemos a dar normalidad a algo que no debería serlo nunca.
Las agresiones a periodistas y a reporteros gráficos en manifestaciones ya no sorprenden a nadie. Los insultos y amenazas verbales vienen ya ‘de serie’ cuando se va a cubrir un evento multitudinario. Y luego ya en algunos casos dichas amenazas se convierten en agresiones físicas. Algo huele mal en nuestra sociedad, supuestamente democrática, cuando compañeros tienen que quitar la esponja de su micrófono para ocultar el medio en el que trabajan. Aunque sea una utopía, quizás la violencia ejercida contra los periodistas se reduciría si se considerara un agravante. Amenazar o agredir a una persona que está realizando una función pública, como es el periodismo, supone un ataque frontal al derecho a la información y, por lo tanto, a uno de los pilares sobre los que se sustenta cualquier sociedad democrática. ¿Esto no es suficiente?
Por otro lado, en las últimas elecciones hemos sido testigos de cómo desde Vox se prohibía la entrada a algunos medios de comunicación a los recintos donde se estaban celebrando actos de la campaña electoral. Es más, también prohibieron el acceso a algunas de sus sedes durante la noche electoral. Es injustificable que un partido político que opta a representar a parte de la ciudadanía vete a periodistas. Por lo visto, ahora un medio de comunicación está obligado a publicar la información que quiera y que le interese a unas siglas concretas o una institución. El día en que un político, sea del color que sea, al hacer un repaso de los impactos de prensa, radio y televisión sólo vea alabanzas, significará que el periodismo de rigor ha muerto.
Por último, otra de las tendencias que está ganando cada vez más adeptos son las ruedas de prensa sin preguntas. Presumimos de transparencia y luego representantes públicos se niegan a responder a preguntas de los periodistas. ¿Existe mayor ejemplo de transparencia que un periodista pueda preguntar a un político y de esta manera poder trasladar a la ciudadanía la respuesta de éste? Nos quejábamos del plasma de Rajoy y ahora se convoca a los medios a la presentación, por ejemplo, de un acuerdo de Gobierno entre PSOE y Unidas Podemos y no se permiten preguntas. No hace falta ser un lince, pero si no quieres someterte a las preguntas de los periodistas es porque o no sabes lo que tienes que decir o sí lo sabes, pero no puedes decirlo. Otra modalidad más light es permitir preguntas, pero limitarlas a un número irrisorio, como se hizo recientemente en una comparecencia de Pedro Sánchez. Entiendo que el máximo dirigente del país no pueda estar cinco horas contestando a compañeros de la prensa, pero de eso a limitar a únicamente dos preguntas es injustificable.
Esperemos que durante este nuevo año algunas de estas acciones pierdan presencia y se conviertan en excepcionales, pero creo que pensar esto es pecar un poco de ingenuos. Por lo tanto, el único camino para defender nuestra profesión pasa por unirnos y oponernos frontalmente y sin complejos de una vez por todas a estas conductas, que no sólo hieren de muerte al periodismo sino a la democracia de nuestro país.